ASIGNATURA: ELECTIVA
HUMANIDADES II CINE Y RELIGIÓN
MUJER & VIOLENCIA
AREA: GENERAL
PELÍCULA: KANDAHAR
CONCEPTO: EL BURKA
Dirección, guión y
montaje:
Mohsen Makhmalbaf.
País: Irán.Año: 2001.
Duración: 85 min.
Interpretación: Niloufar Pazira (Nafas), Hassan Tantai (Tabib Sahid), Sadou
Teymouri (Khak).
Música: Mohamad Reza Darvishi.
Fotografía: Ebrahim Ghafouri.
Dirección de producción: Syamak Alagheband.
SINOPSIS
Basada sobre la historia de Niloufar Pazira (quién
también participa en esta película), Nafas, una joven periodista escapa de
Afganistán a Canadá, regresa a su país natal para evitar la muerte de su
hermana, quien le dice en una carta que su vida no tiene sentido y que se
suicidará en el próximo e inminente eclipse. La película relata sus
dificultades para entrar en el Afganistán dominado por el régimen talibán, lo
que conseguirá haciéndose pasar por la esposa de un afgano. Asimismo, la cinta
recoge sus avatares dentro del país junto a un niño que le sirve de guía y un
supuesto médico americano que comparte su tristeza ante la situación en que
vive la población afgana. Durante el viaje, Nafas es testigo del trato que
reciben las mujeres en el régimen talibán, ocultas obligatoriamente bajo el burka,
de la situación penosa de la sanidad, de las consecuencias de la guerra
continuada en forma de frecuentes mutilaciones a causa las minas, del papel de
la ayuda internacional y de la pobreza y ansia de supervivencia de la población
civil. El desenlace será del todo inesperado.
BAJO
CADA BURKA HAY UN SER HUMANO QUE SE AHOGA
Por; Paloma Romera de
Landa
El nombre de esta mujer que viaja desde Canadá a Kandahar
en busca de su hermana resume la historia de este pueblo. Nafas significa
respirar, pero como dice Makhmalbaf, “bajo cada burka hay un ser humano que
se ahoga”. Esa es la denuncia de este documento de viaje. Es la lucha de este
personaje, basado en la vida real de una afgana que quiso romper con la
sumisión.
Por
eso, los planos de composición impecable y el tratamiento precioso del color
son telón de fondo de una historia que merece el cien por cien de la atención.
Las canciones susurradas, las oraciones a gritos, las imágenes casi
surrealistas y la voz de Nafas nos conducen a un final abierto pero aterrador.
Aterrador por la falta de entendimiento, de confianza, de respeto; por el
exceso de armas, de imposición, de impersonalidad.
A
Makhamalbaf, y a cualquiera con un mínimo de sentido común, le deben chirriar
los oídos al oír burradas como “daños colaterales”, eufemismo hipócrita de
muertes sin sentido. Kandahar llama a las cosas por su nombre, haciéndonos
llegar las dos caras de una cultura sin agua y sin respiración.
EL BURKA
La aplicación del
hiyab, código de vestimenta
femenina islámica que establece que debe cubrirse la mayor parte del cuerpo y
que en la práctica se manifiesta con distintos tipos de prendas, el burka o
cárcel de tela, el cual cubre el cuerpo y la cara por completo, es una de
ellas, también hay un tipo de velo que se ata a la cabeza, sobre un cobertor de
cabeza y que cubre la cara a excepción de una raja en los ojos para que la
mujer pueda ver a través de ella.
Bajo el ala de la
cultura afgana, se esconden las entidades de miles de mujeres sometidas a una
de las más crueles de las cárceles: las de tela. Una decisión tomada entre los
años 1901 y 1919 durante el reinado de Habibulla señala el comienzo de una moda
que arrastra bajo su velo un siglo de atrocidades.
Desde
que en 1992 los fundamentalistas llegaron al poder y entrenaron a los
talibanes, quienes mandan en Afganistán desde 1996, las mujeres deben utilizar
obligatoriamente el burka. Estos sostienen que el velo les garantiza el control
sobre sus cuerpos.
A
partir de las imposiciones del régimen ultrarradical y fundamentalista talibán
se negó la libertad de cantar, bailar, tocar música, practicar deportes e
incluso volar cometas -pasatiempo nacional afgano. Asimismo, las mujeres tienen
terminantemente prohibido pasear solas por las calles –solo lo pueden hacer
bajo la compañía de sus maridos- , trabajar, estudiar e incluso recibir asistencia
médica, salvo en precarios hospitales sin agua, electricidad ni quirófanos.
Producir
daño a la mujer, deformarla quitarle o taparle su belleza con burkas, hiyabs el
hombre impone su poder a través de la religión, en forma de patriarcado. La estructura
del poder siempre “implica la existencia de un arriba y un abajo, reales y
simbólicos, que adoptan habitualmente la forma de roles complementarios” [Corsi
“Una mirada abarcativa sobre el problema de la violencia familiar”, p 23 citado
por Dr. Miguel Ángel Nuñez; en: “Interpretación patriarcal de la biblia y violencia
contra la mujer: Relaciones, coincidencias e incidencias”.]
La
infibulación y ablación del clítoris, la religión islámica amputa no solamente
el poder que brinda el placer de la mujer por considerarla centro de tentación
al hombre, sino que castra también simbólicamente al hombre de gozar el gozo
del placer de la mujer, ¡Qué paradoja!. Tras la castración se esconden actos o
conductas violentas preventivas, frente a las prescripciones morales impuestas
por el Corán no existe en este castigo preventivo una confianza que permita al
individuo, en este caso la mujer, cómo debe constituirse como un sujeto moral
de sus propios actos y así, la mujer sostiene todo el peso de la moral islámica
y para que se cumpla debe ser castrada para evitar la tentación.
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